Era una noche de frío y niebla. Natalia y su madre se encontraban en la sala de su nueva casa tratando de arreglar el conducto de ventilación, el cual hacía ruidos extraños. Eran crujidos y rasguños que estremecían a la niña.
De pronto, el celular de su madre sonó. Era el doctor de la abuela diciéndole que debía ir a con la anciana porque se encontraba grave de salud. La mamá de Natalia no dudó ni un minuto para ir al hospital. Le dio un beso en la frente a su hija y salió de la casa con mucha prisa. Natalia observó desde la ventana cómo se quedaba sola en casa, y con una mirada de angustia y temor se giró hacia el ruidoso canal de ventilación.
Luego de un rato, la curiosidad venció a la niña. Natalia subió al angosto túnel entrando apenas en él. – ¿Hay alguien aquí? – preguntó la pequeña. Pero sólo un crujido aún más fuerte que los anteriores fue lo que obtuvo como respuesta. No dudó en avanzar, y al cabo de unos metros había llegado a la ventanilla que conectaba su nueva casa con la escalofriante de al lado.
Fueron varios minutos los que Natalia se quedó mirando hacia la otra casa. De pronto una escalofriante sombra apareció y la estremecida niña, sobresaltada por el susto, recorrió el conducto de regreso.
Una vez en la sala alguien llamó a la puerta. Natalia observó por la mirilla temiendo lo peor. Vio a la misma sombra de la casa contigua y se rehusó a abrir…
Escrito por Amaya Reyes del 2°E de la Sec. Gral. 12